El 3 de Febrero de 1852, la Batalla de Caseros, tuvo el alto designio de terminar las cruentas rencillas entre argentinos y unirlos a la sombra de una constitución. El triunfo en esa batalla le permite realizar el programa previsto.
El 20 de noviembre de ese año se reune en Santa Fe el congreso constituyente y el 1º de mayo siguiente sale a la luz la constitución Nacional que hoy nos rige. La gran obra estaba cumplida. Satisfechos debieron estar los hombres de Mayo de 1810. A los 43 años comenzaba la práctica de las instituciones que aquellos previeron.
Surgiría entonces la primera presidencia constitucional del país. Sabido es que Buenos Aires se separó del resto de las provincias argentinas, por lo que el país debió iniciar este nuevo período sin contar con el valioso concurso de su provincia más rica, en especial sin contar con los grandes y casi exclusivos recursos que daba la aduana del puerto de Buenos Aires. Todo debió organizarse de acuerdo a la nueva situación. Entraron en juego los preceptos constitucionales, entre ellos, los que determinaban la organización de los tres poderes que comenzaron a actuar en el equilibrio que caracteriza a las democracias, con la casi nula experiencia que tenía el país en este sentido.
Cabe destacar la libertad de acción del Poder Legislativo, ya que el que ejercía el Ejecutivo era un caudillo fuerte y que podía nuclear una fuerza militar poderosa con su solo prestigio. Sin embargo, el primer Congreso argentino, trabajó con total libertad, sin presiones. Es que quien venía luchando desde más de 20 años por la imposición de la ley, quiso ser el primero en respetarla; después sería el primero en apuntalarla.
Pero el 11 de septiembre, una revolución llevó al poder a los unitarios porteños y sus diputados no se incorporaron al Congreso. Urquiza estuvo a punto de imponerse por la fuerza, pero a último momento decidió creer en las posibilidades de negociar con los porteños. No obstante, los unitarios porteños no volverían a incorporarse al resto del país sino siete años más tarde, y solamente por la fuerza.El gobierno porteño lanzó una invasión a Entre Ríos, que fracasó por completo, pero aún así Urquiza se negó a atacar a la provincia rebelde. En cambio, el coronel Hilario Lagos se lanzó a la rebelión contra el gobierno porteño, y sitió la capital de su provincia. Llegó a formar un gobierno paralelo en San José de Flores y a gobernar el resto de la provincia, pero aunque Urquiza se unió al sitio, la ciudad resistió.
El Congreso sesionó sin la presencia porteña, y aprobó una Constitución federal y liberal, adaptación de José Benjamín Gorostiaga del proyecto de Juan Bautista Alberdi. Éste copiaba en gran parte la constitución de los Estados Unidos, pero tenía también influencia de la Constitución Argentina de 1826.
Urquiza obligó a los diputados federales a aceptar el proyecto de Gorostiaga, e incluso hizo que varios renunciaran, negándoles el pago de sus dietas. De esa manera logró que el 1ro de mayo de 1853 se sancionara la Constitución. El 9 de julio, la Constitución era jurada en todas las capitales de provincia.
Hasta la reunión del Congreso Nacional, el Congreso Constituyente se hizo cargo del Poder Legislativo. Las principales leyes que sancionó fueron la que designaba a Paraná capital del país hasta que Buenos Aires se uniera al mismo, y otra aprobando un tratado de libre navegación de los ríos con Francia e Inglaterra, que ponía el derecho de navegar los ríos interiores en igualdad de condiciones con la navegación en alta mar, esto es, completamente libre de todo control.
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